08 Abr 2010
Escrito por: José Luis Castillejos Ambrocio el 08 Abr 2010 -
Por José Luis Castillejos Ambrocio
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Julio Scherer, director-fundador de la revista mexicana Proceso, le ha llovido de todo en estos días. Entrevistar a un narcotraficante, pedido por éste, le ha valido admiraciones y descalificaciones. Unos aseguran que el connotado periodista falló; que no supo hacer la entrevista, ni formular puntillosas preguntas. Otros, en las antípodas del elogio, aseguran que el octogenario comunicador hizo bien su papel y que pasará a la historia con un acierto más bajo el brazo.
Vamos por partes y despacito. Habría que estar en la adrenalina y zapatos de Scherer para sentir el agitado corazón del mismo, distinto ritmo al de aquellos que ahora, desde el escritorio, lo alaban o critican. No es lo mismo pergeñar un texto desde la comodidad del computador que estar ante Ismael “El Mayo” Zambada, un hombre buscado por la policía anti narcótica y el Ejército Mexicano, y muy resguardado con ametralladoras y armas de grueso calibre.
De que Scherer es buen periodista, no hay duda. Pero de que haya hecho una excelente entrevista o crónica hay cierta discrepancia por parte de sus críticos. Dejémonos de hipocresías y falsas poses. Todo aquel periodista que se precie de serlo ya querría tener la “oportunidad de oro” del comunicador cuestionado y entrevistar a un mafioso. ¿Hay en esto apología al narcotráfico o es el simple compromiso de un periodista con sus lectores: llevar todas las vertientes y que sea este el que determine si hizo bien o mal?
Ya muchos desearían entrevistar al terrorista más apetecido por Estados Unidos Bin Laden; al encarcelado a perpetuidad en la Base Naval del puerto de El Callao, en Perú, Abimael Guzmán, responsable del 51 por ciento de las 69 mil muertes perpetrado, bajo su conducción por Sendero Luminoso.
Podría ser, sí, cuestionable, que Scherer con los años que tiene en el oficio periodístico se haya dejado “abrazar” por el Mayo Zambada como un “testimonio” de que, efectivamente lo entrevistó. La foto de marras debió ir, en todo caso, en interiores pero allí la decisión editorial fue: “O aprovechamos esta oportunidad para reconfirmar que Proceso es la revista Top, la número 1 de México, o dejamos pasarlo por temor a las críticas”.
¿Qué hubiera hecho Usted si tuviera en sus manos el texto de Scherer y la foto del narco más buscado? Ningún editor hubiera desaprovechado la ocasión para hacerse publicidad como la mejor revista de su tipo, así sea con el mismísimo diablo, entrando a la hoguera.
El estudioso chiapaneco en temas de medios de comunicación Isaín Mandujano al respecto dijo esto: “Si con la misma intensidad que nos indignamos al ver la foto de don Julio Scherer con El Mayo Zambada nos indignáramos y protestáramos cada vez que el narco mata o desaparece un periodista, no tengo duda de que nuestro México sería otro México”.
Razón, a ese respecto, no le falta al comunicador y no concuerdo con la aseveración de algunos críticos de que Proceso se ha convertido en una especie de “Revista Vanidades” donde desfilan los famosos de la moda.
Con las críticas se está queriendo “matar” al mensajero. En la antigüedad era una costumbre muy extendida la de ejecutar al mensajero de turno que reportaba noticias que no eran del gusto del Rey.
Según la leyenda en el oriente había un Rey muy cruel, injusto y despiadado y todo aquel que tentara fastidiarlo lo destruía de inmediato. Cada vez que recibía un mensajero, proveniente de los confines de su reino, si este le traía una mala noticia lo hacía matar de inmediato. Confundiendo el mensaje con el mensajero y la realidad con la sombra de la misma, logró que nadie se atreviera a decirle lo que realmente pasaba. Fue así que ni siquiera se enteró de que había dejado de ser rey. Tal era el pánico que aún provocaba ese tipo de comentarios y cuando su pueblo lo condenó a muerte ni el verdugo se atrevió a comunicarle la sentencia por temor a ser él el ejecutado.
Mezquindad, canibalismo, ajustes de cuentas, descalificaciones y qué otras cosas se tejerán contra Scherer que ha tenido la decencia de darnos cátedra de periodismo desde hace muchos ayeres.
¿Cuántas vidas debe el señor Ismael Zambada? ¿Cuántos seres humanos ha matado él, personalmente? ¿Ha cuántos ha mandado matar? ¿Cuántos han muerto intoxicados por las drogas ilegales que trafican? ¿Entre su elenco de muertos hay soldados, policías o periodistas? ¿Las víctimas, en sus últimos instantes de vida, sintieron miedo? ¿Tuvo misericordia de los heridos, los torturó o les dio el tiro de gracia?, pregunta desde Crónica Juan Manuel Asai.
Lo que está a discusión –dice- no es el encuentro. Pocos periodistas lo rechazarían, toda vez que la materia prima con la que trabajan son las noticias. Sin duda es un hecho noticioso entrar a la guarida de un capo, sobre todo del Cártel de Sinaloa, el más poderoso y mortífero del país. La duda surge cuando el periodista parece ser un mensajero obsecuente y su medio se transforma en caja de resonancia de un grupo criminal. Cuando el delincuente no responde las preguntas que le hacen, sino que dice lo que quiere decir y eso es lo que se publica. Puede tratarse de una manta colocada en un puente vehicular, una cartulina sobre un cadáver o la portada de un influyente semanario de circulación nacional.
Habría que revisar, a partir de ahora, el código de ética periodística para determinar si ocultamos bajo la alfombra espinosos temas que incomodan a muchos y alegran a otros. ¿Apología al narcotráfico o simple ejercicio periodístico? La historia ubicará a cada uno en el pedestal que le corresponda.
Carlos Ramírez es duro en su crítica: La fotografía de portada de Proceso resume la entrevista que no fue y deja entrever el rostro de satisfacción de un periodista abrazado por uno de los jefes del narcotráfico que ha provocado más crímenes que alguna epidemia. El brazo de El Mayo sobre el hombro derecho de Scherer, la cabeza alzada con la arrogancia del poder y el periodista disminuido, el brazo izquierdo sobre su cintura, contrastan con la imagen apabullada, temerosa, de Scherer, con el simbolismo de dos plumas en la bolsa de la camisa, dos plumas guardadas, inactivas.
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